CRÓNICA DE UN MUSEO

MUSEO DE LA CIUDAD

Por: Saúl Justino Prieto Mendoza



Es sábado 24 de agosto, clásico inicio para una crónica. Me propongo ir a la zona centro de la ciudad, sin una razón específica. Pero la tarde es lluviosa no me atrevo a salir haciéndome el Tarzan, creyendo que soy inmune a contraer una gripa o influenza (ya que está de moda). Escampa por fin, salgo de mi casa y me dirijo hacia el centro de Guadalajara. Decido trasladarme en tren a pesar de que estoy más cerca de la parada del “Par vial”, simplemente lo hago porque mi madre me recomienda que lo decida así. Sin la necesidad de narrar la aventura que fue llegar a la estación, subir al tren y llegar a mi destino, ya que no lo fue, seguiré desde el momento en que me encuentro en la Avenida Alcalde atiborrada de personas de una manera distinta a la habitual, digamos más ordenados. El bullicio de la multitud presente es acompañado por los sonidos que venían de la bocina de un camioncito de gas que pasa entre ambas banquetas, más las palabras que salían de unos altoparlantes repartidos en toda la calle, “quiero darles las gracias a los patrocinadores que hacen posible este evento, un aplauso para ellos por favor”, era quizá un líder de opinión, ya que logró que la mayoría de las personas presentes respondieran a la petición. Camino por Av. Alcalde hacia la calle Independencia, docenas de personas se atraviesan a mi paso con un semblante ansioso y risueño, como si estuvieran en un festejo.

Justo cuando me encontraba enfrente de la Rotonda de los Jaliscienses Ilustres, escucho por las bocinas que iniciaría “el desfile inaugural del Encuentro Internacional del Mariachi”. El anuncio incito el grito de las personas reunidas en el lugar, pero eso no me detuvo, así que proseguí mi camino doblando a la izquierda, por la calle Independencia. Me sorprendió ver que no pasaban autos como cotidianamente sucede, podía caminar en medio de la calle sin que nada me estorbase, no puedo decir que nadie porque las demás personas que caminaban por ahí hacían lo mismo que yo. Entre obstáculos humanos y policías, supongo, procuradores del orden continuo con mi andar. A mi izquierda están unos comerciantes de dulces caseros y miel sacudiendo con un pañuelo sus productos para alejar moscas y abejas que intentan saciar sus instintos, al mismo tiempo preguntan y anuncian sin tener a un receptor claro: “qué va a llevar” “¡ricos dulces!” sin conseguir respuesta. A tres cuadras de ese lugar, me encuentro con un edificio rústico. Al principio me imaginé que era un restaurante, por su fachada de un color blanco y sus balcones con barandales delgados. Pero al mirar las letras ornamentadas del umbral de la puerta que dicen: “Museo de la Ciudad” me doy cuenta de lo que es. La puerta alta de madera gastada y hueca delata lo viejo del edificio. Intento ingresar pero me detiene una senil mujer diciéndome que debo pagar.

-¿Cuánto?- contesto preguntando.
-Cinco pesos con tu credencial de estudiante- responde la amable mujer.
Pago e ingreso inmediatamente, me encuentro con un patio frente a mí, alrededor se encuentran las salas de exposición, un joven que está sentado en una banca de madera me comenta, -sin que lo haya preguntado-, que la exposición comienza a mi lado izquierdo. Por lo que empiezo con la visita a las salas, -más por la orden dicha que por mi decisión-. La sala es bastante vistosa por el color amarillo de sus paredes, además del piso de madera rechinante, que infunde miedo a que se troce al dar un paso sobre él. La sala trata de los acontecimientos pasados en el siglo XVI en la zona occidente de México, se destacan los cuadros religiosos que según se reseña en una placa de reducido tamaño, datan de esa época. La salida es por la misma puerta, a cinco pasos de ella está la sala 2 dedicada al siglo XVII, en las paredes del salón se exponen algunos mapas que ilustran la importancia de la zona occidente en el comercio nacional.



Siguiente sala expositora, -sí, como sospeche-, “siglo XVIII, una nueva organización”, muy predecible, llamada así por los cambios sucedidos durante la colonia, en donde se fulguraban ligeramente las primeras conspiraciones y se construían importantes edificios como el Cultural Cabañas. La siguiente sala trata, así es, del siglo XIX, los mostradores de vidrio muestran vida y obra de personajes como Benito Juárez, Porfirio Díaz, hasta “El Nigromante”, además de vestimentas que se menciona eran comúnmente usadas aquellos días. Fotos de la antigua Guadalajara que me remontan a imaginar el mercado de San Juan de Dios, sin asaltantes, sin piratería, sin smog, sin Calzada y sin macrobús. Subo a la planta donde se encuentra la última sala de la exposición: “El Siglo XX La Revolución Mexicana”, en donde se refieren datos importantes que no se hacen en los libros de la SEP.




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Acabada mi visita me paso a retirar del lugar, pero soy interrumpido por un hombre que me indica, sin pedirlo, muchas cosas. Yo sólo escucho: bl, bla bla, ésta es una casa que estaba habitada por una familia de ricos, bla, bla bla, las columnas sostienen toda la edificación, bla bla bla. Parece que no sabemos apreciar los conocimientos que no pedimos, pero que a veces son muy trascendentes. La tertulia terminó en que la vida de antes no es la de ahora, sólo recuerdo que imitaba de manera muy jocosa a un anciano que vivió la Revolución. Despidiéndome y agradeciendo al afable hombre salgo del museo, mirar a mi alrededor me hace sentir como un forastero, que vivió aquí hace muchos años.




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