CRÓNICA DE UN MUSEO

Por: Saúl Justino Prieto Mendoza



MUSEO REGIONAL

     De nueva cuenta sábado, el día está algo soleado a comparación de ayer, muy pocas nubes adornan el cielo. Camino por la avenida Hidalgo, en el centro de Guadalajara, Jalisco; a la altura de la calle Liceo frente a la Rotonda de los Jaliscienses Ilustres, se aprecian cinco calandrias de servicio turístico que son vigiladas por alrededor de diez hombres que portan jeans camisa y sombrero vaquero esperando desanimados la petición de un viaje, quizá están fastidiados de que los turistas prefieran subir al autobús estacionado a unos cuantos metros de distancia y desprecien uno de los transportes que, con el paso de las décadas, pasó a formar parte de la cultura popular jalisciense, aunque no sean originarias de ahí. Pero esto no detiene mi andar hacia el Museo Regional, en el que ingreso al mismo tiempo que un grupo de niños ansiosos pero reprimidos por un par de adultos que los cuidan celosamente como si fueran una borregada que está a punto de correr sin control.

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Fachada del Museo Regional

     Para entrar no tuve la necesidad de pagar la entrada, sólo tuve que mostrar mi credencial de estudiante para ingresar. “El recorrido inicia por el lado derecho”, me ordena un hombre que viste ropas color verde. Sin algo que responder camino hacia la sala Federico Solórzano de paleontología, prehistoria y arqueología, en donde se exhibe el Mamut encontrado en la población de Catarina del municipio de Zacoalco, Jalisco: un esqueleto cercano a los cinco metros de altura, único en la región occidente de México. Alrededor varias piezas óseas de animales ahora extintos decoran la sala, invitando a acercarse para admirarlos a corta distancia.

     Pareciera que uno de los colmillos indica el camino a seguir, pues este apunta a un pasillo sombrío modestamente alumbrado por un pequeños focos en las paredes; ahí, se expone cerámica prehispánica originaria del Occidente de México. Al final del callejón se vislumbra una replica de Tumba de Tiro, sepultura exclusiva de las civilizaciones mesoamericanas de Colima, Jalisco y Nayarit. Un cartel señala que la ruta de evacuación está a mi mano derecha, me dirijo a la puerta y regreso al patio principal. La siguiente indicación es que suba las escaleras.

     Las paredes que encierran la escalinata son adornadas por un mural que, escalón tras escalón, va revelando el misterio de su significado. Sin embargo, parece no importarles a tres muchachas que se acomodan una tras otra para tomarse una fotografía, la cual pienso subirán a alguna red social en Internet, donde seguramente sus contactos les comentarán que se ven divinas y que está genial su pic. Al final… me convenzo de que eso no me interesa y continúo. Llego a la planta alta, en donde llaman mi atención varias carrozas que resguardan las afueras de las salas de exposición. La más cercana a la escalera contiene pinturas, obras de gran tamaño realizadas en los siglos XVII y XVIII según refiere un tríptico que tengo en frente de mí. La mayoría de ellas tratan temas religiosos característicos de esa época. El piso de madera, le da un tono rustico pero desesperante al salón, ya que no para de rechinar.

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Patio del Museo

     Por fin salgo del lugar. Me resta visitar las salas de Etnografía e Historia de Jalisco, que exponen objetos que reflejan la evolución de la cultura Jalisciense desde el ya que no pude entrar por la falta de personal de seguridad en las salas; un poco decepcionado por tal hecho, voy hacia la puerta ahora de salida, y… ahí están, las mismas jóvenes que encontré en las escalinatas del museo, ahora una le toma fotos a dos que posan frente a las calandrias instaladas y cubiertas por la fugaz e inesperada llovizna de octubre. Por cierto, ¿Se seguirán utilizando las calandrias? (ver siguientes publicaciones).



1 comentarios:

luis dijo...

no me gusta esto... no es crónica de un museo sino crónica de la sala de Paleontología, Prehistoria y Arqueologia